Antes de morir de cáncer, Anthony Minghella nos brindó la posibilidad de disfrutar de tres películas que son joyas dentro del cine moderno: El paciente inglés, Cold mountain y El talento de Mr. Ripley. Director privilegiado, con un olfato infalible a la hora de elegir y adaptar novelas, pues los tres guiones llevan su firma, Minghella era un creador a la antigua usanza, un clásico, no en un sentido peyorativo de una manera añeja, nostálgica o desfasada de hacer cine, sino un narrador de historias a lo grande, con pretensiones de pasar a la posteridad, cine enmarcado en grandes acontecimientos históricos pero que son sólo eso, un marco, pues lo importante, y es lo que hace extraordinario a Minghella, es poner el punto de mira en el ser humano, en la observación introspectiva de los personajes, dejando patente que no era sólo un director de cine, sino un profundo conocedor de las relaciones humanas, un hombre complejo y sensible al dolor del alma, mucho más doloroso que el daño físico, lo que le convierte en un alumno aventajado de quien fue el verdadero maestro de esta manera de hacer cine, David Lean. Huelga decir que el cine de Anthony Minghella se defiende sólo, sin etiquetarlo de "heredero" o "discípulo". Pero sí que es cierto, y me resulta interesante subrayar por excepcional, esa relación que hay entre El paciente inglés y Cold mountain con todo el cine de David Lean posterior a El puente sobre el río Kwai.
Nadadores en el desierto
Lázsló de Almásy (Ralph Fiennes) descubrió la cueva de los nadadores. Una cueva en mitad del desierto y a cientos de kilómetros del mar, con unas pinturas rupestres que reflejan a unas figuras humanas nadando. El amor entre Lázsló y Katherine Clifton (Kristin Scott-Thomas) era como nadar en el desierto. Un imposible, una batalla perdida de antemano.
Conocido como El paciente inglés (1996), Almásy cuenta a su enfermera (Juliette Binoche) el recorrido vital que le llevó a quedar postrado en la cama y herido de muerte por las quemaduras. Más que el daño por las heridas, su sufrimiento está en ese doloroso pasado que se quedó en la cueva, en el amor perdido a pesar de mover ríos y montañas. Minghella nos habla de los remordimientos, de la desesperanza, de esa gran losa que supone un pasado trágico. Habla de ese dolor en carne viva que no busca consolarse en el destino como la explicación, habla del dolor que busca en la muerte la redención, del presente en el que la vida ha dejado de tener sentido, y ya no queda otra que mirar al más allá para buscar la paz interior. Y quién sabe si junto al ser querido.
Vida y muerte en Venecia
Italia, años 50. Minghella retrata un país que renace tras la guerra: alegre, sosegado, orgulloso de su pasado, de sus edificios, de sus tradiciones, pero sin dejar de mirar al futuro, a lo foráneo, al jazz y al dinero americano. Es el escenario de El Talento de Mr. Ripley (1999) y en el que desembarca el protagonista homónimo (Matt Damon), un país ambivalente al igual que Ripley, un hombre con vidas paralelas, de dudosas intenciones, pero con una increíble habilidad para hacerse pasar por otras personas, y con la que se gana la confianza del playboy Dickie Greenleaf (Jude Law). A veces torpe, tímido y con un toque nerd, contrasta con su desmesurada ambición por vivir a costa de los demás. Una doble vida oculta que provocará situaciones de lo más kafkianas, dejando un poso de confusión y aturdimiento, no ya a sus más allegados, como la novia de Dickie, Marge Sherwood (Gwyneth Paltrow), sino también al espectador, que pierde su empatía entre la desazón de Marge o la irresistible ambigüedad de Ripley.
"Ella es al lugar que voy...y casi no la conozco"
Con Cold Mountain (2003), Minghella camina sobre la misma línea marcada por El paciente inglés, una historia entre la grandilocuencia bélica y el intimismo apasionado. Y para ello qué mejor manera que beber directamente del origen, de los clásicos griegos, adaptar La Odisea. Inman (Jude Law) debe partir de Cold Mountain hacia la guerra, una guerra que obliga a aplazar proyectos. Un paréntesis en la vida, y también un final para muchos. Atrás queda Ada Monroe (Nicole Kidman), la persona que podría haber transformado su vida rural, monótona y sin sobresaltos. Mientras él sobrevive en una trinchera atrapado como una rata, ella se enfrenta al miedo y la soledad del que espera sin ver nada en el horizonte, escondiéndose de pretendientes que le presionan e intimidan para sacar tajada. Una historia, como vemos, muy antigua, recurrente por exitosa y por ser el paradigma de epopeya heroica que sirve de base a toda la literatura occidental y, por extensión, al cine. Una adaptación que Minghella aborda con su estilo singular, sin llegar al mismo nivel que consiguió con El paciente inglés pero contando con una narración sólida y rematando la faena con brillantez.
Lázsló de Almásy (Ralph Fiennes) descubrió la cueva de los nadadores. Una cueva en mitad del desierto y a cientos de kilómetros del mar, con unas pinturas rupestres que reflejan a unas figuras humanas nadando. El amor entre Lázsló y Katherine Clifton (Kristin Scott-Thomas) era como nadar en el desierto. Un imposible, una batalla perdida de antemano.
Conocido como El paciente inglés (1996), Almásy cuenta a su enfermera (Juliette Binoche) el recorrido vital que le llevó a quedar postrado en la cama y herido de muerte por las quemaduras. Más que el daño por las heridas, su sufrimiento está en ese doloroso pasado que se quedó en la cueva, en el amor perdido a pesar de mover ríos y montañas. Minghella nos habla de los remordimientos, de la desesperanza, de esa gran losa que supone un pasado trágico. Habla de ese dolor en carne viva que no busca consolarse en el destino como la explicación, habla del dolor que busca en la muerte la redención, del presente en el que la vida ha dejado de tener sentido, y ya no queda otra que mirar al más allá para buscar la paz interior. Y quién sabe si junto al ser querido.
Vida y muerte en Venecia
Italia, años 50. Minghella retrata un país que renace tras la guerra: alegre, sosegado, orgulloso de su pasado, de sus edificios, de sus tradiciones, pero sin dejar de mirar al futuro, a lo foráneo, al jazz y al dinero americano. Es el escenario de El Talento de Mr. Ripley (1999) y en el que desembarca el protagonista homónimo (Matt Damon), un país ambivalente al igual que Ripley, un hombre con vidas paralelas, de dudosas intenciones, pero con una increíble habilidad para hacerse pasar por otras personas, y con la que se gana la confianza del playboy Dickie Greenleaf (Jude Law). A veces torpe, tímido y con un toque nerd, contrasta con su desmesurada ambición por vivir a costa de los demás. Una doble vida oculta que provocará situaciones de lo más kafkianas, dejando un poso de confusión y aturdimiento, no ya a sus más allegados, como la novia de Dickie, Marge Sherwood (Gwyneth Paltrow), sino también al espectador, que pierde su empatía entre la desazón de Marge o la irresistible ambigüedad de Ripley.
"Ella es al lugar que voy...y casi no la conozco"
Con Cold Mountain (2003), Minghella camina sobre la misma línea marcada por El paciente inglés, una historia entre la grandilocuencia bélica y el intimismo apasionado. Y para ello qué mejor manera que beber directamente del origen, de los clásicos griegos, adaptar La Odisea. Inman (Jude Law) debe partir de Cold Mountain hacia la guerra, una guerra que obliga a aplazar proyectos. Un paréntesis en la vida, y también un final para muchos. Atrás queda Ada Monroe (Nicole Kidman), la persona que podría haber transformado su vida rural, monótona y sin sobresaltos. Mientras él sobrevive en una trinchera atrapado como una rata, ella se enfrenta al miedo y la soledad del que espera sin ver nada en el horizonte, escondiéndose de pretendientes que le presionan e intimidan para sacar tajada. Una historia, como vemos, muy antigua, recurrente por exitosa y por ser el paradigma de epopeya heroica que sirve de base a toda la literatura occidental y, por extensión, al cine. Una adaptación que Minghella aborda con su estilo singular, sin llegar al mismo nivel que consiguió con El paciente inglés pero contando con una narración sólida y rematando la faena con brillantez.
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El talento de Mr. Ripley |
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