jueves, 22 de mayo de 2014

Tras los pasos de David Lean

Antes de morir de cáncer, Anthony Minghella nos brindó la posibilidad de disfrutar de tres películas que son joyas dentro del cine moderno: El paciente inglés, Cold mountain y El talento de Mr. Ripley. Director privilegiado, con un olfato infalible a la hora de elegir y adaptar novelas, pues los tres guiones llevan su firma, Minghella era un creador a la antigua usanza, un clásico, no en un sentido peyorativo de una manera añeja, nostálgica o desfasada de hacer cine, sino un narrador de historias a lo grande, con pretensiones de pasar a la posteridad, cine enmarcado en grandes acontecimientos históricos pero que son sólo eso, un marco, pues lo importante, y es lo que hace extraordinario a Minghella, es poner el punto de mira en el ser humano, en la observación introspectiva de los personajes, dejando patente que no era sólo un director de cine, sino un profundo conocedor de las relaciones humanas, un hombre complejo y sensible al dolor del alma, mucho más doloroso que el daño físico, lo que le convierte en un alumno aventajado de quien fue el verdadero maestro de esta manera de hacer cine, David Lean. Huelga decir que el cine de Anthony Minghella se defiende sólo, sin etiquetarlo de "heredero" o "discípulo". Pero sí que es cierto, y me resulta interesante subrayar por excepcional, esa relación que hay entre El paciente inglés y Cold mountain con todo el cine de David Lean posterior a El puente sobre el río Kwai.


Nadadores en el desierto

Lázsló de Almásy (Ralph Fiennes) descubrió la cueva de los nadadores. Una cueva en mitad del desierto y a cientos de kilómetros del mar, con unas pinturas rupestres que reflejan a unas figuras humanas nadando. El amor entre Lázsló y Katherine Clifton (Kristin Scott-Thomas) era como nadar en el desierto. Un imposible, una batalla perdida de antemano.
Conocido como El paciente inglés (1996), Almásy cuenta a su enfermera (Juliette Binoche) el recorrido vital que le llevó a quedar postrado en la cama y herido de muerte por las quemaduras. Más que el daño por las heridas, su sufrimiento está en ese doloroso pasado que se quedó en la cueva, en el amor perdido a pesar de mover ríos y montañas. Minghella nos habla de los remordimientos, de la desesperanza, de esa gran losa que supone un pasado trágico. Habla de ese dolor en carne viva que no busca consolarse en el destino como la explicación, habla del dolor que busca en la muerte la redención, del presente en el que la vida ha dejado de tener sentido, y ya no queda otra que mirar al más allá para buscar la paz interior. Y quién sabe si junto al ser querido.

Vida y muerte en Venecia

Italia, años 50. Minghella retrata un país que renace tras la guerra: alegre, sosegado, orgulloso de su pasado, de sus edificios, de sus tradiciones, pero sin dejar de mirar al futuro, a lo foráneo, al jazz y al dinero americano. Es el escenario de  El Talento de Mr. Ripley (1999) y en el que desembarca el protagonista homónimo (Matt Damon), un país ambivalente al igual que Ripley, un hombre con vidas paralelas, de dudosas intenciones, pero con una increíble habilidad para hacerse pasar por otras personas, y con la que se gana la confianza del playboy Dickie Greenleaf (Jude Law). A veces torpe, tímido y con un toque nerd, contrasta con su desmesurada ambición por vivir a costa de los demás. Una doble vida oculta que provocará situaciones de lo más kafkianas, dejando un poso de confusión y aturdimiento, no ya a sus más allegados, como la novia de Dickie, Marge Sherwood (Gwyneth Paltrow), sino también al espectador, que pierde su empatía entre la desazón de Marge o la irresistible ambigüedad de Ripley.

"Ella es al lugar que voy...y casi no la conozco"

Con Cold Mountain (2003), Minghella camina sobre la misma línea marcada por El paciente inglés, una historia entre la grandilocuencia bélica y el intimismo apasionado. Y para ello qué mejor manera que beber directamente del origen, de los clásicos griegos, adaptar La Odisea. Inman (Jude Law) debe partir de Cold Mountain hacia la guerra, una guerra que obliga a aplazar proyectos. Un paréntesis en la vida, y también un final para muchos. Atrás queda Ada Monroe (Nicole Kidman), la persona que podría haber transformado su vida rural, monótona y sin sobresaltos. Mientras él sobrevive en una trinchera atrapado como una rata, ella se enfrenta al miedo y la soledad del que espera sin ver nada en el horizonte, escondiéndose de pretendientes que le presionan e intimidan para sacar tajada. Una historia, como vemos, muy antigua, recurrente por exitosa y por ser el paradigma de epopeya heroica que sirve de base a toda la literatura occidental y, por extensión, al cine. Una adaptación que Minghella aborda con su estilo singular, sin llegar al mismo nivel que consiguió con El paciente inglés pero contando con una narración sólida y rematando la faena con brillantez.

El paciente inglés


El talento de Mr. Ripley
Cold Mountain

domingo, 27 de abril de 2014

La mirada cínica

Está en boca de todo el mundo el cambio radical que ha dado en su carrera Matthew McConaughey, que ha pasado de ser un actor cuyo único talento reconocido era tener una cara bonita a uno de los más respetados, incluso de culto para muchos por la serie True Detective. Pero hagamos un poco de memoria. No es el único caso, hay precedentes de actores hechos a sí mismos. Y uno de ellos fue William Holden, una de las grandes estrellas del Hollywood de los cincuenta.

"Siempre quiso una piscina. Bueno, al final consiguió una. Sólo que el precio resultó ser un poco alto." El crepúsculo de los dioses.


Desde su primer papel hasta el reconocimiento más que merecido como un actor de primera línea pasaron doce años y nada menos que 25 películas. Sí, nadie dijo que los inicios fueran fáciles, y hasta El crepúsculo de los dioses (1950, Billy Wilder) intervino en películas de escasa transcendencia con una guerra mundial de por medio que le llamó a filas. Un guionista trepa y seductor que acepta escribir para una diosa del cine olvidada, interpretada por Gloria Swanson de manera magistral, fue la película que nos mostró ese aura y esa facha magnética de galán descarado y alérgico al compromiso. Un inicio para la posteridad con su cadáver tirado en una piscina y su propia voz en off narrando la película marcarían su nombre con letras de oro.

"Chicos, si me cruzo con algunos de vosotros en una esquina, finjamos no habernos conocido". Traidor en el infierno

El que no está conmigo está contra mí. Así de tiesas se las tuvo Holden en Traidor en el Infierno (1953, Billy Wilder) con sus compañeros de barracón. Acusado de saboteador y colaboracionista, Sefton, su personaje, es un hombre de vuelta de todo, mordaz, individualista ante el borreguismo y la idiotez, dispuesto incluso a soportar el desprecio y el destierro de la manada por defender su integridad. Curiosamente, a Holden no le gustaba esa personalidad tan egoísta y autosuficiente de Sefton, pero Wilder se opuso siempre a tocar el personaje. Y acertó. Holden nos brindó uno de los personajes más carismáticos y cautivadores de su carrera.

"- Lo siento, señor. Pensaba que era el enemigo. - Bueno, soy americano, si eso es lo que quieres decir". El puente sobre el río Kwai

Bajo la agobiante atmósfera y el sol abrasador de la jungla, en el campo de prisioneros japonés del general Saito, el mayor Shears parece ser el único que conserva algo de cordura. Un lugar en mitad de la nada en el que se ha olvidado porqué se estaba luchando, en el que la amistad y la enemistad están separados por una línea más bien difusa. O mejor dicho, por un puente de madera. David Lean bendice a Holden con una obra maestra del cine de aventuras, El puente sobre el río Kwai (1957). Un general japonés déspota. Un coronel británico con delirios de grandeza. Un puente que destruir. Un silbido para la eternidad.

"Todos soñamos con ser niños alguna vez, incluso los peores. Quizás los peores los que más". Grupo Salvaje

Pero como decía Bob Dylan, los tiempos estaban cambiando. El momento de William Holden, alcohólico y con las arrugas venciendo a su apolínea belleza, parecía acabarse, pero él sabía que aún tenía cosas que ofrecer. Grupo Salvaje (1969, Sam Peckinpah) fue un romántico e inconformista golpe de rabia, una mirada hacia el glorioso pasado de unos viejos camaradas que veían como el mundo se convertía en algo que les era ajeno, un lugar en el que no había cabida para los outsiders, un último grito de amistad antes del destino al que todos, tarde o temprano, debemos rendir cuentas. Era la alegoría perfecta de la vida de William Holden.


Otras películas de su filmografía:

- Nacida ayer (1950), George Cukor.
- Fort Bravo (1953), John Sturges.
- La luna es azul (1953), Otto Preminger.
- Los puentes de Toko-Ri (1954), Mark Robson.
- Sabrina (1954), Billy Wilder.
- Misión de Audaces (1959), John Ford.
- El coloso en llamas (1974), John Guillermin.
- Network (1976), Sidney Lumet.
- Fedora (1978), Billy Wilder.

El crepúsculo de los Dioses

Traidor en el infierno 
El puente sobre el río Kwai 
Grupo salvaje

viernes, 4 de abril de 2014

Rush, la verdadera jungla de asfalto

No hay muchos deportes que hayan resistido una adaptación cinematográfica. Quizás el boxeo es el único con una larga tradición y un puñado de buenas películas: Toro Salvaje, The BoxerGentleman Jim, Más dura será la caída... Los precedentes para el mundo del motor no auguraban nada bueno y dejaban poco margen para el entusiasmo, una vez visto el pelaje de Driven, A todo gas o 60 segundos.

Ron Howard se pone serio y da un volantazo para romper con la tendencia a banalizar las carreras. Eso sí, sin renunciar a la pirotecnia. No olvidemos que esto es, al fin y al cabo, el show de la Fórmula 1 y no una adaptación libre de la Crítica de la Razón Pura de Kant. Reflexiones las justas. El espectáculo está garantizado con las chicas del paddock, el rugir de los motores y un duelo brutal entre machos alfa. Howard se rinde sin condiciones ante la corriente más mainstream, sí, pero vemos que todo está hecho con mimo y cuidado hasta el más mínimo detalle. Como ya se pudo ver en Cinderella Man,  la recreación de los combates de boxeo y de la sociedad en la Gran Depresión es la prueba del grado de obsesión y perfeccionamiento al que acostumbra Howard en sus últimos proyectos. Su pasión por los coches de los setenta queda más que patente ante la gran variedad de modelos que nos muestra y la fidelidad a sus diseños originales.

Este detallismo técnico tiene su máximo exponente en las carreras, cuestión que merece un capítulo aparte. Es fácil hacer un par de búsquedas en internet y averiguar que pasó en el campeonato del 76. Yo lo hice para comprobar si lo que había visto se ajustaba a la realidad. Lo impresionante fue que, además de verificar la fidelidad a los hechos, algunas de las escenas de la película están hechas exactamente igual a como ocurrieron. Y es que están rodadas con un nervio brutal, las carreras son realmente emocionantes y el duelo entre estas dos bestias del motor se acelera hasta alcanzar velocidad punta en el genial desenlace. Porque esa es otra, Chris Hemsworth y Daniel Brühl están de pole position, sobre todo este último encarnando al gran Niki Lauda.

Los protagonistas son la otra gran baza de la película. Sus interpretaciones ayudan a dar profundidad a unos personajes que de por sí se encuentran muy bien definidos, no así sus consortes (Olivia Wilde y Alexandra Maria Lara respectivamente), que no dejan de ser más que un mero complemento para los protagonistas. Da muchísimo juego la lucha entre estos dos colosos, porque tanto en la vida privada como en la profesional Niki Lauda y James Hunt son dos modelos contrapuestos. Hunt es un juerguista, un playboy y en el asfalto es irregular, brusco y con arrebatos de genialidad, mientras que Lauda lleva una vida más estable y con el coche es metódico, fiable y previsor. Son el yin y el yang. Es la clásica lucha entre Rómulo y Remo, entre Héctor y Aquiles. No hay nada nuevo bajo el sol, el material perfecto para hacer una película made in Hollywood.

El regusto final no es de disfrute exclusivo para los aficionados a la Fórmula 1. La lucha meteórica de estos dos locos al volante se degusta sin tiempo para recuperar el aliento y sin necesidad de saber qué es una chicane, el pit lane ni demás jerga automovilística. Una película que no disimula  una meta tan prosaica como el entretenimiento, pero a la que no se le puede acusar, ni mucho menos, de la vergonzosa intrascendencia de un blockbuster.


Daniel Brühl es Niki Lauda 
Chris Hemsworth es James Hunt

Olivia Wilde es Suzie Miller 
Alexandra Maria Lara es Marlene Knaus

lunes, 18 de marzo de 2013

The Wire en diez caras: Stringer Bell


 



"Was it the rep? Was it so our names could ring out on some fucking ghetto streetcorner, man? Naw, man. There's games beyond the fucking game."

- Russell Stringer Bell -








Stringer Bell se sienta detrás del escritorio en penumbra de la habitación trasera de un bar de striptease. Repasa con detalle las cuentas mientras reflexiona sobre la elasticidad de su producto en el mercado callejero de Baltimore. Es un tipo frío y analítico, sosegado en las formas y tremendamente seguro de sí mismo. Su presencia intimida sin necesidad de un arma porque el respeto dentro y fuera de la organización criminal a la que pertenece se lo da un nombre forjado a sangre y fuego en las calles del distrito Oeste.

Este hombre de unos 30 años es una rara avis de los guetos de una ciudad americana con un índice de 300 asesinatos anuales. Esa jungla de asfalto en la que ha crecido, producto de la mezquindad de un sistema que condena a las capas inferiores de la sociedad a dar vueltas dentro de una rueda que nunca para, es un campo de batalla que juega con las mismas reglas que el sistema económico global, pero sin las restricciones de la ley. El Capitalismo de los bajos fondos es el más agresivo de todos, es el sistema en bruto. El mundo de Stringer Bell (Idris Elba) es la cara oculta de una sociedad profundamente corrompida en todos los estamentos que la forman.

Maury Levy (izqda), Stringer Bell (centro) y Avon Barksdale (dcha)
Pero la ambición de este personaje y la arrogancia que se deduce de una inteligencia como la suya, le hacen pensar que esa rueda puede detenerse para él, que puede salir de esa vorágine moldeando a su antojo los resortes del huracán. De esta forma es como ha conseguido erigir todo un imperio de la droga en Baltimore Oeste junto a su amigo Avon Barksdale (Wood Harris). Avon es la cúspide de la organización, el nombre con grandes letras. Es el temperamento y el carisma. De él depende la toma de decisiones y la deriva que toma el gran plan. Stringer Bell tiene un papel aparentemente secundario, a medio camino entre sottocapo y consigliere en la jerarquía de la mafia clásica. Es la voz de la reflexión y la calma en momentos turbulentos, pero en la práctica es el verdadero gestor de todo cuanto acontece en el día a día del negocio. En una de las muchas escenas memorables que contiene la serie, un lugarteniente de la organización le explica a dos de sus soldados esa estructura de poder bicéfala y su rol en el entramado, a través de una magnífica metáfora del juego de ajedrez.

"I'm just a Gangsta, I suppose. And I want my corners."
- Avon Barksdale -

Al mismo tiempo, estos dos tipos representan dos maneras de entender el negocio - the game en la jerga -. La guerra de Avon se centra en el territorio, el control del mayor número de esquinas posibles donde vender la mercancía, un imperialismo en miniatura que trata de devorar a las bandas rivales a base de fuerza. La de Stringer sitúa el beneficio en el centro de atención. La guerra callejera no es un fin, sino un medio y no es imprescindible si no es rentable.
En estos planteamientos se encuentra más cercano a Proposition Joe (Robert F. Chew), el homólogo de Barksdale en Baltimore Este, cuya posición de poder se asienta sobre la exclusividad de la conexión con el abastecimiento de droga de la ciudad por vía portuaria. Prop Joe es un hábil negociador, un emperador bizantino en medio de tribus bárbaras que se mantiene en pie gracias a su habilidad para resultar imprescindible a unos y otros.
Stringer Bell (izqda) y Proposition Joe (dcha)
La personalidad de Stringer se nos va revelando - como todo en The Wire - lentamente, con un tempo realista, sin artificios. El personaje recorre un arco dramático que va desde el carácter espectral y escurridizo de los compases iniciales, su implacable contundencia en el escarmiento callejero, hasta la aparición de un Stringer turbado y superado en el juego de las élites económicas. Todos estos matices van dando forma a una historia singular en medio de historias singulares que conforman el retrato más lúcido de la sociedad contemporánea que un servidor haya visto en una pantalla.
La eterna huida de Stringer y su paulatina metamorfosis en Russell Bell de B&B Enterprises se nos va mostrando de forma paralela a su actividad criminal, y resulta magistral observar sus movimientos en sendos ambientes, dejando patente que el mundo de la corrupción aceptada de traje y corbata no es ni menos duro ni menos miserable que el de la corrupción marginal de los guetos. Tipos como Clay Davis (Isiah Whitlock, Jr) trazan con acierto la imagen de criminal legalizado que inunda las altas esferas de nuestra sociedad campando a sus anchas en un entramado económico que se ajusta a él como un guante. La paradoja de Stringer es la de un residuo del sistema que asimila el sistema como máxima, duerme con Adam Smith en la mesilla de noche y cree en esas mismas reglas del juego que le condenaron desde que vino al mundo

Chris Partlow (izqda) y Marlo Stanfield (dcha)
A medida que avanza la serie su retrato psicológico se hace más minucioso, a través de sus enemigos naturales - McNulty y la Unidad de Delitos Mayores en el Departamento de Policía, Omar en las calles, gente dentro de su propia organización, etc. - y encarando el ascenso de la banda de Marlo Stanfield (Jamie Hector). Esta especie de alter ego salvaje de Avon Barksdale pone de relieve el cambio generacional en el mundo del narcotráfico. Su ausencia de valores y su forma de llevar el negocio es extrema. El joven de gesto impasible simplifica hasta tal punto los códigos morales que prácticamente desaparecen, limpiando de obstáculos éticos el terreno para la supremacía.

"Who the fuck was I chasing?"
- Jimmy McNulty -

En definitiva, es Stringer Bell la cara del talento escondido, la determinación y la ambición por explotar las fallas de un sistema que de niño le repetía una y otra vez al oído que estaba condenado a pudrirse en una esquina a la espera de recibir un balazo ante el primer paso en falso. Es también el rostro del desencanto y la frustración. El soñador sin sonrisa. Es el american dream desterrado de Hollywood y los intermedios de la Superbowl.

El hijo bastardo de la bandera. El reverso del dólar.

jueves, 14 de marzo de 2013

Pasaje a la India

Podríamos dividir la filmografía de David Lean en dos etapas muy bien diferenciadas que tendrían su punto de inflexión con El puente sobre el río Kwai (1957). La primera se caracteriza por dramas y acercamientos puntuales a la comedia con un coste de perfil más bien bajo, mientras que en la segunda mostraría su poderío visual a través de grandes historias ubicadas en parajes exóticos respaldadas por un sobrado presupuesto, pero sin abandonar nunca el calado drámatico de los personajes, el estudio introspectivo de conciencias atormentadas como Lawrence de Arabia o Rosy Ryan que tanto abundan en su obra.
Otra constante de su cine en esta segunda etapa, a la que pertecene Pasaje a la India (1984), su última película, es la censura sin concesiones a la política que el Imperio Británico ejerció sobre los territorios ocupados, sin caer en la apología nacionalista ni en la perspectiva tendenciosa para canalizar las voluntades hacia sus convicciones.


En Pasaje a la India, Lean ofrece un gran fresco de personajes perfectamente delineados, encabezados por Adele (Judy Davis), una joven de posición acomodada que viaja a la India con su futura suegra, Mrs. Moore (Peggy Ashcroft), para visitar a su prometido, un hombre al que pronto Adele verá como la representación de todo lo que detesta, los anquilosados y aburridos hábitos británicos como el polo, el crickett o la hora del té pero, sobre todo, el trato despreciativo hacia los indios y sus costumbres de quien se siente superior y exhibe orgulloso su arrogancia. Esa aversión hacia Mr. Heaslop (Nigel Havers) se agudizará cuando entra en contacto con Aziz (Victor Banerjee) y visitan las cavernas de Marabar.

La excursión es el momento en que Pasaje a la India toma un rumbo diametralmente opuesto, donde Adele se deja llevar seducida por el descubrimiento de un mundo exótico. Una escena anterior refleja a la perfección ese deseo. Adele, paseando sola en bicicleta, se topa con un templo en ruinas y contempla fascinada unas esculturas de iconografía erótica, pero huye horrorizada cuando unos monos comienzan a chillar de manera agresiva. Es entonces cuando acude a los brazos de Heaslop y se compromete con él. Este hecho es lo que cimenta que considere en sus más profundos deseos a Aziz algo más que un bello cicerone, llegando incluso a replantearse su futuro. ¿Por qué soportar toda una vida junto a un hombre al que desprecias y con el que no hay nada que compartir? ¿Por qué vivir bajo las aburridas y puritanas costumbres británicas? ¿O simplemente, por qué no tener una aventura con Aziz?.

Lean no muestra intencionadamente cuál es el desenlace de esta excursión, dejando un poso de angustia en el espectador, sin que podamos entender hasta el final  por qué Adele no aclara los hechos a pesar del conflicto que desencadena entre indios y británicos, en el que pesan más las cuestiones raciales y el honor de las naciones que los derechos de un hombre que está juzgado de antemano. Pasaje a la India es por tanto un caleidoscopio de las pasiones humanas, las contradicciones y la lucha vital entre el deseo y el miedo, enriquecida por el contexto colonial que propicia que la historia personal desate el choque cultural, y que gira en torno al personaje de Judy Davis, sustentado con la brillante compañía de James Fox y Alec Guinness, con más trasfondo del que en principio se percibe en superficie.

July Davis es Adele
Peggy Ashcroft es Mrs. Moore
Victor Banerjee es Aziz
James Fox es Mr. Fielding
Alec Guinness es el profesor Goldbole


viernes, 1 de marzo de 2013

El lado bueno de las cosas (Silver Linings Playbook)

O una comedia ligera

El lado bueno de las cosas (David O. Russell, 2012) gira en torno a la recurrente idea de las segundas oportunidades en la vida. Personas que por una u otra razón han caído en desgracia y se deciden a arreglar el entuerto con decisión y coraje. El director neoyorkino vuelve a hablar desde los márgenes de la sociedad como ya hiciera en The Fighter (2010), pero esta vez cambiando el drama por la comedia.
La historia narra las andanzas de Pat (Bradley Cooper), un Profesor de Historia recién salido de un psiquiátrico en el que ingresó ocho meses atrás después de apalear al amante de su esposa en un arrebato pasional al encontrarles en la ducha con las manos en la masa. La película retrata el universo psicológico de un ser traumatizado que, con el tiempo, ha convertido la reconquista y restitución de su matrimonio en el único objetivo de su vida. Al poco de emprender su reinserción social - tarea compleja dado el estado anímico del susodicho - conoce, a través de una pareja de amigos, a Tiffany (Jennifer Lawrence), una joven viuda con problemas de autocontrol semejantes a los suyos y que, en cierta manera, le sirve de espejo a pesar de esa negación inicial propia del que cree estar en perfecto estado o necesita creerlo para soportarlo.

Cierto es que esa naturaleza condenatoria con que Russell describe a la sociedad actual nos retrata, y la inclusión de estas vidas "anormales" en un contexto de "normalidad" asumida nos hace partícipes de ese juicio general. El seguimiento exhaustivo de las peripecias y las motivaciones de estos dos seres poco convencionales que se sentencian de manera extrema pero no se permiten juzgarse, que se rechazan artificialmente desde la comprensión más absoluta, que no se atienen a reglas de cortesía elementales sino que las transgreden impulsivamente, provoca en el espectador una violación placentera de sus roídos usos y costumbres, y por tanto, una empatía instantánea con los personajes.

Pat (Bradley Cooper) y Tiffany (Jennifer Lawrence)
He de reconocer que profesaba una antipatía infundada hacia Bradley Cooper - a veces pasa, sin razón aparente - y no tenía muchas esperanzas en Jennifer Lawrence - el prejuicio otra vez, tan omnipresente como el juicio - pero el trabajo y la química de ambos en pantalla es sencillamente estupendo. La cinta, entre otras virtudes, está genialmente interpretada, no sólo por la pareja protagonista sino por una gama de secundarios de lujo entre los que destaca un Robert De Niro reinventado, en cierto modo, en una etapa de su carrera en la que ya se venía haciendo prácticamente imposible desvincular al personaje particular de cada filme con el personaje cinematográfico del imaginario colectivo. No azuzaré aquí el eterno debate entre la versión original y el doblaje, pero tampoco me haré cargo de los matices que se pierdan por el camino en la versión castellana. Basta con ver el trailer español para darse cuenta de que a Cooper y Lawrence les han amputado gran parte de la gracia y la extravagancia que destilan sus voces originales. 
La dirección es acertada y el montaje está muy conseguido, logrando un ritmo que no decae a lo largo de todo el metraje cabalgando sobre un guión ágil que, aunque redundante a ratos, no resulta pesado.

No obstante, no todo es miel sobre hojuelas, claro. En mi opinión la historia flojea en su tramo final, un tanto tópico y previsible, si bien es cierto que en un género tan sobado y dañado en la actualidad como la comedia romántica, los lugares comunes son inevitables y cuando el conjunto lo merece, perfectamente perdonables.
Acusarla de poco realista me parece fuera de lugar. La comedia juega a desfigurar la realidad conscientemente para generar en aquellos pilares dramáticos sobre los que se asienta, una distorsión suficiente como para hacer que el gag funcione. Si alguien quiere realismo que intente imaginar cómo sería destensar esa goma y se encontrará con las tragedias de estos personajes y sus familiares. Si evitamos el recelo que nos despierta generalmente el aplauso de la gran industria y nos centramos exclusivamente en el producto, anularemos gran parte de ese prejuicio que tanto pesa y que tan atinadamente detona David O. Russell en esta cinta.

Si andas buscando un viaje de infelicidad y pérdida probablemente ésta no sea tu película. Si lo que te apetece es una comedia ligera, bien hecha y alejada de los derroteros de trivialidad y estupidez que ha tomado el género en los últimos años, siéntate y disfruta.

Sus defectos no pueden competir contra una absurda cena de cereales y té.


Bradley Cooper es Pat
Jennifer Lawrence es Tiffany
Robert De Niro es Pat Sr.
Jackie Weaver es Dolores

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