lunes, 27 de septiembre de 2010

Bob Anderson, el maestro de esgrima

Con seis participaciones olímpicas en esgrima bajo bandera británica y más de cincuenta años de carrera profesional en el mundillo del cine,  Bob Anderson puede considerarse como uno de los más importantes dobles, coreógrafos de peleas y maestros de esgrima de la industria cinematográfica. Y es que, con casi noventa años, sigue trabajando en numerosas películas y aun conserva fuerzas para instruir a sus pupilos en el arte de rebanar pescuezos y sacar los higadillos.

Desde que instruyó a un madurito Errol Flynn en El Señor de Ballantrae (1953) y a Stewart Granger en  la adaptación del clásico de Sabatini, Scaramouche (1952), ha participado en más de treinta películas, la mayoría de gran importancia dentro del cine de entretenimiento. Apareció como doble en un par de películas de James Bond, diseñó los combates en Barry Lindon (1975), Los Inmortales (1986), La Princesa Prometida (1987) y últimamente entrenó a los actores de taquillazos como las trilogías de El Señor de los Anillos y Piratas del Caribe,  e incluso fue uno de los varios actores que se escondieron bajo las ropas de Darth Vader  en la primera trilogía de Star Wars. Curiosamente, ante los mamporrazos que endosaba el gigantesco David Prowse, el actor que encarnaba a Vader, al pobre Alec Guinness, George Lucas decidió que fuera Anderson quien le doblara en las escenas de espada pues, entre la fragilidad de las espadas y la poca pericia de Prowse, éstas se rompían constantemente.

Su última aparición hasta la fecha fue en la producción española Alatriste (2006), en la que, al llegar al rodaje,  cansado de coreografiar peleas poco realistas en las que prima más el espectáculo que la veracidad, presentó toda una declaración de intenciones, al preguntar: ¿En ésta película se baila o se mata?. Y créanlo, en Alatriste los actores se dejan de tonterías, van al cuello.

sábado, 25 de septiembre de 2010

La Conquista del Oeste

Contar la historia de los Estados Unidos a lo largo del siglo XIX en tan sólo dos horas y media fue la ambiciosa pretensión de los productores de la Metro con este film, La Conquista del Oeste (1962). Un aparatoso proyecto en el que no escatimaron en gastos y esfuerzos: un enorme reparto con las mejores estrellas de Hollywood, como James Stewart, Gregory Peck o George Peppard, suntuosos decorados, vestuario de lujo y las más bellas postales del paisaje norteamericano, es decir, las grandes praderas, el río Ohio, el Missisippi, los desiertos, la cordillera de los Apalaches... Para tal fin, contaron con un nuevo método para rodar con tres cámaras simultáneas, el Cinerama, con el que buscaban sacar mayor partido a los espectaculares paisajes.
El intento de dotar de una columna vertebral a esta película de tan grandes dimensiones se basaba en el paso de varias generaciones de una misma familia y en su presencia en los acontecimientos más relevantes del siglo. Los personajes y sus propias circunstancias poco importan, apenas se encuentran definidos, siendo imprecisos y poco profundos, con muchas prisas para la próxima aparición de la estrella de turno que, como Henry Fonda, John Wayne o Lee van Cleef, pasan sin pena ni gloria, pues son meras excusas para mostrarnos un verdadero compendio de tópicos del Far West : los pioneros y primeros colonos, la fiebre del oro, la llegada del ferrocarril y el telégrafo, las manadas de bisontes, los grandes ríos, la Guerra Civil, las Guerras Indias... en lo que pretende ser la verdadera historia de los Estados Unidos o, incluso, el mejor western de la historia, quedándose en un resultado atropellado a pesar de su duración, al pasar de puntillas por muchas temas sin pisar ninguno (véase la parte de la Guerra Civil, rodada por John Ford), y quedando una sensación de hastío ante tanto exceso que no conduce a mucho.
A pesar de ello, tiene alguna que otra escena que merece la pena, como la de los rápidos y las balsas de los pioneros o la de la estampida de los bisontes, y de la música, compuesta por Alfred Newman, poco que decir, sobretodo por el tema principal. Me limitaré a poner el enlace, que tal vez no se vea muy bien, pero el sonido es excelente.

martes, 7 de septiembre de 2010

The Damned United

Brian Clough, Cloughie para prensa y amigos, el entrenador de fútbol que, junto a su inseparable compañero Peter Taylor, fue capaz de alcanzar más imposibles, representa la típica historia de superación que tanto le gusta contar a Hollywood (en este caso el cine británico, tanto monta, monta tanto). Un hombre capaz de coger a un equipo de segunda, un don nadie, el Nottingham Forest, ascenderlo a la primera, ganar la Premier al siguiente y conseguir en los dos años posteriores sendas ediciones de la Copa de Europa, ahí es nada. Ni Madrid de galácticos, ni Barsa de Cruyff ni leches. Del infierno al cielo, y con un par. Sin embargo, el film se centra en sus logros cosechados con el  no menos modesto Derby County y los 44 días que entrenó en el Leeds United, un equipo que juró fidelidad a su anterior entrenador y que detestaba los métodos de Clough, al que pronto hicieron la cama. Su fuerte personalidad fue la culpable de sus éxitos y fracasos, un tipo soberbio, chulesco y con un consumado talento en el arte de la ironía. Fueron famosas sus perlas en los medios de comunicación, como "Ya sé que Roma no se construyó en un día, pero porque no me lo encargaron a mí" o "¿Que si me considero Dios en la Tierra? No, él es mi hijo". Como podemos ver, Clough no necesitaba abuela, y a su altura hoy sólo podrían estar Ferguson o Mourinho. Su historia era perfecta para llevarla a la pantalla, y el resultado es una buena película (la mejor de fútbol que he visto, con el permiso de Evasión o Victoria, dirigida por un John Huston con buenas intenciones pero poco inspirado) interpretada por caras conocidas del cine británico: Michael Sheen (Clough), Timothy Spall y Colm  Meaney, y cuya máxima virtud es la excelente mezcla de imágenes de partidos de fútbol real con ficticias. Un homenaje realizado con buen gusto en honor a uno de los entrenadores más singulares de la historia del fútbol, quizá no el más laureado ni más recordado por el imaginario futbolístico (al menos aquí, en España), pero que alcanzó la gloria partiendo de cero, sin que nadie le regalara nada.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Bandas Sonoras: My Blueberry Nights

Hay días que te sientas en el sofá a ver una película, agarras la tarrina de dvds y ni siquiera sabes que te apetece. Entonces dices, pues ésta mismo. A veces, las más, ves un truñete curioso, y otras, las menos, te llevas una grata sopresa. Hoy he tenido suerte, no ha salido cruz. Sin embargo, no ha sido porque haya visto una película magnífica de las que se te agarran al estómago y a cada fotograma que pasa pides que no sea el último. No. Se trata de My Blueberry Nights (2007), una película que merece la pena ver y dedicar una entrada , sobretodo, por su música. La verdad es que esto de las bandas sonoras no deja de sorprenderme. ¿Cuando la harán para que quede tan perfecta en cada momento de la película? ¿Acaso el director le encomienda de antemano la música al que corresponda y posteriormente se encarga de ajustarla, o el director le pasa la película al compositor y éste trabaja en función de las escenas ya preconcebidas? Psss, no sé, supongo que cada maestrillo tendrá su librillo, el caso es que en esta película no sólo cada canción se acopla de manera sorprendente a cada situación, sino que además son canciones de una calidad indiscutible, y eso se agradece cuando has dedicado hora y media o dos de tu valioso tiempo a verlas venir.
Cada canción es una gota de lo mejor del panorama musical estadounidense, casando perfectamente con una historia de desamor y búsqueda de sí mismo, enmarcada en una road movie entre dos de los lugares más cinematográficos que existen: New York y los desiertos del sur de Estados Unidos. De esta manera, nuestro oído se deleita con el dulce canto de Norah Jones en "The Story", la guitarra blues de Ry Cooder en "Long Ride", el torrente de voz de Mavis Staples con "Eyes on a prize" y el monstruo, el mejor, Otis Redding con la emocionante "Try a little tenderness". Es una banda sonora selecta, con un repertorio que nada entre el jazz, blues, y sobre todo soul. Ideal para curar cerebros entumecidos con Lady Gaga o David Guetta. No os la perdáis.

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