lunes, 18 de febrero de 2013

¿Te suenan? Wilhelm, Howie y otros famosos efectos sonoros

Si en algo puede apretarse el cinturón un productor de cine para financiar una película es en efectos de sonido. ¿Para qué invertir en ellos si hay una base de datos con todos los sonidos inimaginables y gratis por internet? Fúndete la pasta en un actor carismático, en miles de extras, en un guionista que sepa escribir historias, o llévate el rodaje a la selva para dar realismo aún a riesgo de que el equipo pille la disentería pero, amigo, no te molestes en grabar nuevos ruiditos. Están todos inventados y desde hace tiempo. Son buenos, la gente de a pie ni los notamos y a los freaks les encantan.
Aquí tenéis una recopilación de los más cachondos, algunos de ellos con más años que un bosque de secuoyas pero que a día de hoy, directores como Tarantino, Spielberg o Zemeckis tiran de ellos, bien por satisfacer sus caprichos o por lo práctico del invento.

El más famoso sin duda es el grito Wilhelm, llamado así porque lo gritó un tal Wilhelm en La carga de los jinetes indios (1953, Gordon Douglas), aunque el honor de haberlo utilizado por primera vez fue de Raoul Walsh en la película Tambores Lejanos (1951). La popularidad del efecto alcanzó sus mayores cotas en los setenta, cuando Spielberg y Lucas lo incluyeron en todas las partes de las sagas de Stars Wars e Indiana Jones. Desde entonces podemos escucharlo en multitud de películas año sí y año también, como en La bella y la bestia, El quinto elemento, Kill Bill, El Reino de los Cielos o El hobbit.


De nombre tan poético como pretencioso, el canto del águila de cola roja es otro de los efectos de sonido que a cualquiera acostumbrado a ver películas de aventuras le puede parecer tan familiar como una falda camilla. No he encontrado un vídeo que recopile las películas en las que se aprecia, pero escuchándolo seguramente que a más de uno le venga alguna a la mente. 


No menos famoso es el trueno del castillo, con toda probabilidad combinado con el del águila en muchas películas de terror, fue usado por primera vez en El Doctor Frankenstein (1931, James Whale). Desde entonces lo hemos escuchado hasta la saciedad, pero está tan bien hecho que nadie se ha quejado de lo pesaditos que son con el dichoso trueno. Hecho con un martillazo en una plancha metálica o grabado en plena tormenta, poco importa. Aparece en Bambi, 101 dálmatas, Conan el bárbaro o La jungla de cristal...¿Llueve en una película? Arrimaros la trompetilla. 


El grito de Howie, también conocido como Youraagh! o Grito humano nº3: alarido con caída, se popularizó cuando el personaje interpretado por Howie Long muere en Broken Arrow (1996, John Woo). Las películas de acción en las que la peña la palma profiriendo semejante alarido son infinitas: Batman, 1492, Pánico nuclear, Asesinos natos. Menos mítico que el Wilhelm, pero igual de funcional cuando se trata de matar a un personaje.


Por último, el santo y seña del perro más patoso de Disney es sin duda el grito que lanza cuando se descalabra. Con Goofy se utilizó por primera vez en 1941 en el corto El arte de esquiar (1941, Jack Kinney), pero no hay película que se escape a la obsesión de la factoría por incluir el Goofy Holler en alguna escena.

viernes, 15 de febrero de 2013

Los santos inocentes

O la alargada sombra de la milana

Sobre los lentos y complejos engranajes que mueven la Historia-con-mayúsculas, allá en su superficie, ajenos a lo que por debajo se cocina a fuego lento, se mueven las pequeñas historias de aquellos individuos que quedan relegados al olvido en su insignificancia, pero que ostentan el protagonismo absoluto de lo que pudiera considerarse vida-como-tal - en su sentido más primitivo - a lo largo y ancho de los tiempos.

Sus miserias no ocupan las grandes páginas, sus sufrimientos terminan siendo postergados y raramente son apreciados más allá del arquetipo colectivo, a pesar de estar condenados a vivir en un presente eterno que alimenta las vidas de sus dueños mientras las suyas son dilapidadas. Esa injusticia histórica que tan certeramente se nos dibuja en Los santos inocentes (Mario Camus, 1984) no tiene más de 50 años de edad, y conviene mantenerla  viva en un país que todavía hoy arrastra las hondas consecuencias de aquellas inalterables estructuras de poder.

La cinta, basada en la novela homónima del escritor vallisoletano Miguel Delibes, narra la historia de una familia de siervos rurales en la Extremadura de los años 60, y su relación con aquellos grandes terratenientes emblema del régimen franquista en la España más rústica. Delibes, y por ende Camus, sitúan la acción en una época de transición en la que las ciudades comenzaban a despegar lentamente mientras el campo seguía anclado en relaciones de servilismo propias de otras centurias.
Al contrario que Delibes, Camus traslada la acción presente a los años 70 y narra los acontecimientos del libro a modo de flashback - con un elegante y moderado uso de la elipsis - introduciendo así un componente evolutivo en la historia que nos permite liberar a los hechos del paréntesis en que se enmarcan y apreciar el desarrollo de ciertos personajes registrando sus motivaciones y el resultado de las mismas.

Recibimiento de la Marquesa y el Obispo
De este modo observamos como esa sumisión lastimera de la Régula y Paco "el Bajo" - de carácter estoico en ella, más entusiasta en él - permanece inmutable con el paso del tiempo, mientras que la mansedumbre de nascencia de los hijos - la Nieves y el Quirce - da paso a un sigiloso rechazo del viejo armazón social y a una huida llena de dignidad en busca de mejor suerte. Detalle éste que ofrece una mirada más esperanzadora que la del libro, en el que los vástagos son devorados por una rigidez jerárquica de la que son incapaces de desprenderse. Los espeluznantes alaridos de la Niña Chica - la hija menor enferma de la familia - parecen concentrar los gritos silenciosos de todos los que la rodean.
La aristocracia franquista - representada en la figura del Señorito Iván y la Señora Marquesa - se nos muestra sin ambages, implacable y distante, orgullosa y cruel, convencida del derecho a poseer lo divino y lo humano, haciendo gala al mismo tiempo de esa caridad condescendiente sobre los desheredados que alimentaba en éstos aquellas tristes actitudes de gratitud.
Fuera de la foto estamental, corriendo emancipado por el monte, persiguiendo milanas se encuentra Azarías, el hermano de la Régula. Un ser inocente y bondadoso, retrasado en sus capacidades, que se orina en las manos pa' que no s'agrieten y hace de vientre donde le pilla el apuro. El libérrimo personaje, magistralmente compuesto por un Paco Rabal en estado de gracia, es el reflejo cristalino de la naturaleza en estado puro. Enamorado de los pájaros y de la Niña Chica, representa aquello que no puede ser sometido por ninguna regla más allá de las que le dicta su primitivo y poético sentido natural de la justicia.

La sordidez de la maravillosa fotografía de Hans Burmann y la desgarradora música de García Abril - con los que el director ya trabajó en la fantástica adaptación de La colmena (Camus, 1982) - complementan la dirección de Mario Camus en esta obra indispensable que cosechó merecidos elogios y reconocimientos allá por donde pasó, y que le valió a su autor la Mención Especial del Jurado en el Festival de Cannes de 1984, así como la Mejor Interpretación Masculina ex aequo para Alfredo Landa y Paco Rabal.
Cuenta la leyenda que en su presentación en Cannes, el público rompió en aplausos con su desenlace final, bendiciendo incondicionalmente al Azarías y condenando a muerte, con simbólico merecimiento, a una de las páginas más negras de nuestra historia reciente.

"¡Quiá! ¡Quiá! Yo...no quiero...que la milana me se vaya."

Ni nosotros que se la olvide.


Paco Rabal es Azarías
Alfredo Landa es Paco "el Bajo"
Terele Pávez es la Régula
Juan Diego es el Señorito Iván
Agustín González es Don Pedro

lunes, 11 de febrero de 2013

El espíritu de la colmena

Siempre puede verse el lado positivo de casi cualquier cosa, hasta en una censura castradora de ideas, de opiniones opuestas, de diferentes maneras de pensar. Incluso en la más profunda oscuridad puede surgir un destello de luz, por leve que sea. Eludir la censura puede convertirse en un excelente ejercicio para explorar al máximo las capacidades de un artista y así definir todas las aristas del noble arte de sugerir, que no tiene por qué ser necesariamente mejor que mostrar, pero sí invita al espectador a hacer un esfuerzo intelectual que resulta mucho más gratificante cuando se comprende el trasfondo de la película.

Víctor Erice regatea con maestría la vigilancia censora en El espíritu de la colmena (1973). La represión es palpable a través de cartas, fotografías, recuerdos. Fernando (Fernando Fernán-Gómez) y Teresa (Teresa Gimpera) sufren en silencio las consecuencias de la Guerra Civil, recuerdan con dolor un pasado feliz,  anhelando un futuro que la violencia resquebrajó, llorando por dentro a los que ya no están. El pasado les obliga a vivir, no en el exilio, pero sí recluidos. Dentro de la colmena, pero aislados en un pueblo perdido. Aceptando la férrea jerarquía de la colmena. Alienados.

El contrapunto lo ponen las niñas, sobre todo Ana (Ana Torrent), ajena a la oscura realidad, soñando con el cine y El Doctor Frankenstein (1931, James Whale). Isabel (Isabel Tellería) está más en connivencia con este mundo real. Se muestra indiferente al dolor ajeno, disfrutando de él,  y asume la muerte con naturalidad. En cambio a Ana la muerte le afecta, incluso en el cine. Cree que las películas no mienten, pues ha visto con sus propios ojos al monstruo. El maquis, al igual que el monstruo del doctor Frankenstein, huye al ser repudiado por la sociedad, encarnando el mal y los valores que ésta rechaza. Ana lo descubre y le ayuda.  La inocencia y la desbordante imaginación de Ana chocan frontalmente con el mundo sombrío y dañino creado por los adultos, una colmena donde no existe el individuo, donde es anulado, y en la que ella descubre qué es el dolor y la muerte. Pero donde no alcanza esa represión es en la imaginación, quizás ese espíritu mucho más poderoso que por intangible no puede ser sometido. A pesar de la infancia traumatizada, los sueños y la bondad de una niña sobreviven. Y vencen. Igual que al sesgo de la censura se le escapa la verdad disfrazada. Ese es el poder de la imaginación. El espíritu de la colmena.

Ana Torrent es Ana
Isabel Tellería es Isabel
Fernando Fernán-Gómez es Fernando
Teresa Gimpera es Teresa


miércoles, 6 de febrero de 2013

Hitchcock

O la silueta difusa

El problema del biopic es que, casi por definición, aspira a contar la historia definitiva de un individuo, y corre el riesgo de pecar de un excesivo distanciamiento con ese personaje público que pertenece al imaginario colectivo, en pos de una mayor aproximación hacia su ámbito privado, y generalmente, más desonocido. También ocurre, al contrario, que el mero reflejo de la leyenda termina pareciendo insustancial, aunque es cierto que otras muchas veces funciona. Dar con la tecla en este género es bastante complicado. A Gervasi no se le puede negar el modesto intento de mantener la armonía entre dichos espacios. Es comprensible querer mostrar a una figura de semejante magnitud valorando en su justa medida ambas esferas. Otra cosa es que se consiga.

Esa obsesión por el equilibrio puede observarse en diferentes películas con distinto resultado. Por nombrar dos ejemplos opuestos, el Lincoln de Spielberg - aunque definitivamente con unas pretensiones absolutas de las que Hitchcock carece - aborda la vertiente familiar del "gran hombre" y su proyección pública, quedando ambas incompletas - la primera por superficial y la segunda por santurrona - y resultando, en conjunto, trivial por su simplismo. Cabría nombrar como antítesis la fantástica aproximación a la figura de Charlie Parker que se nos ofrece en Bird (Clint Eastwood, 1988), donde el director californiano se adentra con minuciosidad dentro del infierno existencial de la persona sin dejar de mostrarnos al músico en toda su grandeza. En Hitchcock nos encontramos, al mismo tiempo, con una mirada de respeto hacia el personaje y cierta falta de coraje a la hora de lanzarse al vacío con el retrato puramente humano.

La consabida fama de Alfred Hitchcock, su tiranía en el set de rodaje y su inconfundible fanfarronería y arrogancia funcionan bien en el arranque del filme, incluso parece aguantar el tipo cuando comienza a alternarse con esa otra visión más íntima. Sin embargo, llega un momento en el que van desapareciendo los alicientes y la historia parece dilatarse a base de estímulos insulsos y un tanto inocentes.
La cinta logra una atractiva comunión con el público precisamente en su vertiente, a priori, menos sustanciosa o más manida - el Hitchcock cineasta y el rodaje de la archiconocida Psicosis - y naufraga en su intento de mostrar la cara más personal del genio británico. En consecuencia, y a pesar de ser un entretenimiento simpático, Hitchcock sabe a poco por los tropiezos que se generan en la exposición del terreno afectivo, a ratos fundamental para un mero tratamiento superficial y a ratos intrascendente para concederle tanta importancia en la trama.
Set de rodaje de Psicosis en Hitchcock
El filme tiene un tono muy del Hitchcock de aquella última época, mantiene esa atmósfera descafeinada de película de sobremesa y logra meterte con acierto en el mundo que rodea al genio inglés en esa etapa.

Sobra decir que la gran interpretación de Anthony Hopkins es inapreciable en su versión doblada, pues el 80% de su trabajo se sostiene en la imitación del inconfundible acento del director londinense. De su apariencia ya se encarga esa esperpéntica transformación que funciona sólo de perfil y que fracasa estrepitosamente en sus esfuerzos por hacer desaparecer la insondable mirada del actor galés. A todo se acostumbra uno, pero la sensación de que el orondo realizador se ha tragado a Hopkins dejando como única prueba sus dos faros delanteros nunca desaparece. Helen Mirren - que vuelve a estar fantástica - no es Alma Reville pero uno se habitúa a verla a ella, eso lo aceptamos. La exuberante Scarlett Johansson no puede ofrecer la sencillez de Janet Leigh aunque se esfuerce, pero se consiente. Es parte del truco del celuloide y lo sabemos. No todo van a ser Gandhis y Benkingsleys.

En definitiva, Hitchcock no es el relato con mayúsculas que los incondicionales podrían estar esperando, pero es un relato microhistórico rodado con cierta admiración y acertadamente sonorizado por Danny Elfman, donde hallaremos refugio en aquel descomunal director que ya conocíamos y un desamparo desconcertante en ese Alfred Joseph Hitchcock que nos es más extraño.


Anthony Hopkins es Alfred Hitchcock
Helen Mirren es Alma Reville
Scarlett Johansson es Janet Leigh

domingo, 3 de febrero de 2013

Argo

A modo de thriller clásico, Ben Affleck recrea en su tercer largo el rescate de seis diplomáticos cuando la embajada estadounidense en Teherán es asaltada por partidarios del ayatolá Jomeini, hechos enmarcados en plena crisis del petróleo de 1979.
El asalto a la embajada, filmado con un envidiable pulso narrativo capaz de centrar toda nuestra atención y elevar las expectativas, servirá de punto de partida para contar la misión organizada por el especialista en rescates Tony Méndez (Affleck), que ocupará la práctica totalidad del metraje.

A lo largo de la película, encontramos a una serie de secundarios como Alan Arkin y John Goodman que le darán el empaque necesario a un producto que es puro divertimento, pues no plantea ningún debate político ni cuestiona aspectos que se le presuponen a una cinta enclavada en un momento de tanta importancia histórica y que afecta a los intereses geopolíticos de EE.UU. en Oriente Medio. Podría haber dado mucho más de sí, cuestionando el papel de EE.UU. en la revolución iraní,  profundizando más en la misma mostrando hechos como la represión por parte de Jomeini contra la oposición política, o como el conflicto desembocó en la guerra entre Irán y el Irak de Saddam, éste último, paradojas de la vida, con el apoyo armamentístico de EE.UU. 

Sin embargo, Affleck se limita a tomar los hechos históricos como mero escenario de su película. El conflicto iraní como contexto para contar el rescate de seis de sus compatriotas. En este sentido, se aleja de la visión ofrecida por Spielberg en Lincoln (2012), una visión propagandística y nada revisionista, pero que se mete de lleno en el meollo político-histórico. Tampoco sigue la estela de La noche más oscura (2012, Kathryn Bigelow) pues, como decimos, los esfuerzos de Affleck no se concentran en juzgar a su país ni a sus gobernantes. Ni siquiera se acerca a Django Desencadenado (2012, Quentin Tarantino), pese a que lo "tarantinesco" se sobreponga a la propia película, sirve para pisotear al racismo y la esclavitud en EE.UU. mediante la burla y el escarnio.

No obstante, a Affleck no se le puede negar (aunque como actor sea bastante limitado) su capacidad para construir una intriga que engancha de principio a fin, una narración que no pierde fuelle y con repuntes de tensión más que notables. Por ello no es mala película, como thriller funciona como un reloj, pero en su vertiente política su postura es acomodaticia, superflua e inofensiva. Y por eso se llevará un montón de oscars.

Ben Affleck es Tony Mendez
Alan Arkin es Lester Siegel
John Goodman es John Chambers

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