jueves, 22 de mayo de 2014

Tras los pasos de David Lean

Antes de morir de cáncer, Anthony Minghella nos brindó la posibilidad de disfrutar de tres películas que son joyas dentro del cine moderno: El paciente inglés, Cold mountain y El talento de Mr. Ripley. Director privilegiado, con un olfato infalible a la hora de elegir y adaptar novelas, pues los tres guiones llevan su firma, Minghella era un creador a la antigua usanza, un clásico, no en un sentido peyorativo de una manera añeja, nostálgica o desfasada de hacer cine, sino un narrador de historias a lo grande, con pretensiones de pasar a la posteridad, cine enmarcado en grandes acontecimientos históricos pero que son sólo eso, un marco, pues lo importante, y es lo que hace extraordinario a Minghella, es poner el punto de mira en el ser humano, en la observación introspectiva de los personajes, dejando patente que no era sólo un director de cine, sino un profundo conocedor de las relaciones humanas, un hombre complejo y sensible al dolor del alma, mucho más doloroso que el daño físico, lo que le convierte en un alumno aventajado de quien fue el verdadero maestro de esta manera de hacer cine, David Lean. Huelga decir que el cine de Anthony Minghella se defiende sólo, sin etiquetarlo de "heredero" o "discípulo". Pero sí que es cierto, y me resulta interesante subrayar por excepcional, esa relación que hay entre El paciente inglés y Cold mountain con todo el cine de David Lean posterior a El puente sobre el río Kwai.


Nadadores en el desierto

Lázsló de Almásy (Ralph Fiennes) descubrió la cueva de los nadadores. Una cueva en mitad del desierto y a cientos de kilómetros del mar, con unas pinturas rupestres que reflejan a unas figuras humanas nadando. El amor entre Lázsló y Katherine Clifton (Kristin Scott-Thomas) era como nadar en el desierto. Un imposible, una batalla perdida de antemano.
Conocido como El paciente inglés (1996), Almásy cuenta a su enfermera (Juliette Binoche) el recorrido vital que le llevó a quedar postrado en la cama y herido de muerte por las quemaduras. Más que el daño por las heridas, su sufrimiento está en ese doloroso pasado que se quedó en la cueva, en el amor perdido a pesar de mover ríos y montañas. Minghella nos habla de los remordimientos, de la desesperanza, de esa gran losa que supone un pasado trágico. Habla de ese dolor en carne viva que no busca consolarse en el destino como la explicación, habla del dolor que busca en la muerte la redención, del presente en el que la vida ha dejado de tener sentido, y ya no queda otra que mirar al más allá para buscar la paz interior. Y quién sabe si junto al ser querido.

Vida y muerte en Venecia

Italia, años 50. Minghella retrata un país que renace tras la guerra: alegre, sosegado, orgulloso de su pasado, de sus edificios, de sus tradiciones, pero sin dejar de mirar al futuro, a lo foráneo, al jazz y al dinero americano. Es el escenario de  El Talento de Mr. Ripley (1999) y en el que desembarca el protagonista homónimo (Matt Damon), un país ambivalente al igual que Ripley, un hombre con vidas paralelas, de dudosas intenciones, pero con una increíble habilidad para hacerse pasar por otras personas, y con la que se gana la confianza del playboy Dickie Greenleaf (Jude Law). A veces torpe, tímido y con un toque nerd, contrasta con su desmesurada ambición por vivir a costa de los demás. Una doble vida oculta que provocará situaciones de lo más kafkianas, dejando un poso de confusión y aturdimiento, no ya a sus más allegados, como la novia de Dickie, Marge Sherwood (Gwyneth Paltrow), sino también al espectador, que pierde su empatía entre la desazón de Marge o la irresistible ambigüedad de Ripley.

"Ella es al lugar que voy...y casi no la conozco"

Con Cold Mountain (2003), Minghella camina sobre la misma línea marcada por El paciente inglés, una historia entre la grandilocuencia bélica y el intimismo apasionado. Y para ello qué mejor manera que beber directamente del origen, de los clásicos griegos, adaptar La Odisea. Inman (Jude Law) debe partir de Cold Mountain hacia la guerra, una guerra que obliga a aplazar proyectos. Un paréntesis en la vida, y también un final para muchos. Atrás queda Ada Monroe (Nicole Kidman), la persona que podría haber transformado su vida rural, monótona y sin sobresaltos. Mientras él sobrevive en una trinchera atrapado como una rata, ella se enfrenta al miedo y la soledad del que espera sin ver nada en el horizonte, escondiéndose de pretendientes que le presionan e intimidan para sacar tajada. Una historia, como vemos, muy antigua, recurrente por exitosa y por ser el paradigma de epopeya heroica que sirve de base a toda la literatura occidental y, por extensión, al cine. Una adaptación que Minghella aborda con su estilo singular, sin llegar al mismo nivel que consiguió con El paciente inglés pero contando con una narración sólida y rematando la faena con brillantez.

El paciente inglés


El talento de Mr. Ripley
Cold Mountain

domingo, 27 de abril de 2014

La mirada cínica

Está en boca de todo el mundo el cambio radical que ha dado en su carrera Matthew McConaughey, que ha pasado de ser un actor cuyo único talento reconocido era tener una cara bonita a uno de los más respetados, incluso de culto para muchos por la serie True Detective. Pero hagamos un poco de memoria. No es el único caso, hay precedentes de actores hechos a sí mismos. Y uno de ellos fue William Holden, una de las grandes estrellas del Hollywood de los cincuenta.

"Siempre quiso una piscina. Bueno, al final consiguió una. Sólo que el precio resultó ser un poco alto." El crepúsculo de los dioses.


Desde su primer papel hasta el reconocimiento más que merecido como un actor de primera línea pasaron doce años y nada menos que 25 películas. Sí, nadie dijo que los inicios fueran fáciles, y hasta El crepúsculo de los dioses (1950, Billy Wilder) intervino en películas de escasa transcendencia con una guerra mundial de por medio que le llamó a filas. Un guionista trepa y seductor que acepta escribir para una diosa del cine olvidada, interpretada por Gloria Swanson de manera magistral, fue la película que nos mostró ese aura y esa facha magnética de galán descarado y alérgico al compromiso. Un inicio para la posteridad con su cadáver tirado en una piscina y su propia voz en off narrando la película marcarían su nombre con letras de oro.

"Chicos, si me cruzo con algunos de vosotros en una esquina, finjamos no habernos conocido". Traidor en el infierno

El que no está conmigo está contra mí. Así de tiesas se las tuvo Holden en Traidor en el Infierno (1953, Billy Wilder) con sus compañeros de barracón. Acusado de saboteador y colaboracionista, Sefton, su personaje, es un hombre de vuelta de todo, mordaz, individualista ante el borreguismo y la idiotez, dispuesto incluso a soportar el desprecio y el destierro de la manada por defender su integridad. Curiosamente, a Holden no le gustaba esa personalidad tan egoísta y autosuficiente de Sefton, pero Wilder se opuso siempre a tocar el personaje. Y acertó. Holden nos brindó uno de los personajes más carismáticos y cautivadores de su carrera.

"- Lo siento, señor. Pensaba que era el enemigo. - Bueno, soy americano, si eso es lo que quieres decir". El puente sobre el río Kwai

Bajo la agobiante atmósfera y el sol abrasador de la jungla, en el campo de prisioneros japonés del general Saito, el mayor Shears parece ser el único que conserva algo de cordura. Un lugar en mitad de la nada en el que se ha olvidado porqué se estaba luchando, en el que la amistad y la enemistad están separados por una línea más bien difusa. O mejor dicho, por un puente de madera. David Lean bendice a Holden con una obra maestra del cine de aventuras, El puente sobre el río Kwai (1957). Un general japonés déspota. Un coronel británico con delirios de grandeza. Un puente que destruir. Un silbido para la eternidad.

"Todos soñamos con ser niños alguna vez, incluso los peores. Quizás los peores los que más". Grupo Salvaje

Pero como decía Bob Dylan, los tiempos estaban cambiando. El momento de William Holden, alcohólico y con las arrugas venciendo a su apolínea belleza, parecía acabarse, pero él sabía que aún tenía cosas que ofrecer. Grupo Salvaje (1969, Sam Peckinpah) fue un romántico e inconformista golpe de rabia, una mirada hacia el glorioso pasado de unos viejos camaradas que veían como el mundo se convertía en algo que les era ajeno, un lugar en el que no había cabida para los outsiders, un último grito de amistad antes del destino al que todos, tarde o temprano, debemos rendir cuentas. Era la alegoría perfecta de la vida de William Holden.


Otras películas de su filmografía:

- Nacida ayer (1950), George Cukor.
- Fort Bravo (1953), John Sturges.
- La luna es azul (1953), Otto Preminger.
- Los puentes de Toko-Ri (1954), Mark Robson.
- Sabrina (1954), Billy Wilder.
- Misión de Audaces (1959), John Ford.
- El coloso en llamas (1974), John Guillermin.
- Network (1976), Sidney Lumet.
- Fedora (1978), Billy Wilder.

El crepúsculo de los Dioses

Traidor en el infierno 
El puente sobre el río Kwai 
Grupo salvaje

viernes, 4 de abril de 2014

Rush, la verdadera jungla de asfalto

No hay muchos deportes que hayan resistido una adaptación cinematográfica. Quizás el boxeo es el único con una larga tradición y un puñado de buenas películas: Toro Salvaje, The BoxerGentleman Jim, Más dura será la caída... Los precedentes para el mundo del motor no auguraban nada bueno y dejaban poco margen para el entusiasmo, una vez visto el pelaje de Driven, A todo gas o 60 segundos.

Ron Howard se pone serio y da un volantazo para romper con la tendencia a banalizar las carreras. Eso sí, sin renunciar a la pirotecnia. No olvidemos que esto es, al fin y al cabo, el show de la Fórmula 1 y no una adaptación libre de la Crítica de la Razón Pura de Kant. Reflexiones las justas. El espectáculo está garantizado con las chicas del paddock, el rugir de los motores y un duelo brutal entre machos alfa. Howard se rinde sin condiciones ante la corriente más mainstream, sí, pero vemos que todo está hecho con mimo y cuidado hasta el más mínimo detalle. Como ya se pudo ver en Cinderella Man,  la recreación de los combates de boxeo y de la sociedad en la Gran Depresión es la prueba del grado de obsesión y perfeccionamiento al que acostumbra Howard en sus últimos proyectos. Su pasión por los coches de los setenta queda más que patente ante la gran variedad de modelos que nos muestra y la fidelidad a sus diseños originales.

Este detallismo técnico tiene su máximo exponente en las carreras, cuestión que merece un capítulo aparte. Es fácil hacer un par de búsquedas en internet y averiguar que pasó en el campeonato del 76. Yo lo hice para comprobar si lo que había visto se ajustaba a la realidad. Lo impresionante fue que, además de verificar la fidelidad a los hechos, algunas de las escenas de la película están hechas exactamente igual a como ocurrieron. Y es que están rodadas con un nervio brutal, las carreras son realmente emocionantes y el duelo entre estas dos bestias del motor se acelera hasta alcanzar velocidad punta en el genial desenlace. Porque esa es otra, Chris Hemsworth y Daniel Brühl están de pole position, sobre todo este último encarnando al gran Niki Lauda.

Los protagonistas son la otra gran baza de la película. Sus interpretaciones ayudan a dar profundidad a unos personajes que de por sí se encuentran muy bien definidos, no así sus consortes (Olivia Wilde y Alexandra Maria Lara respectivamente), que no dejan de ser más que un mero complemento para los protagonistas. Da muchísimo juego la lucha entre estos dos colosos, porque tanto en la vida privada como en la profesional Niki Lauda y James Hunt son dos modelos contrapuestos. Hunt es un juerguista, un playboy y en el asfalto es irregular, brusco y con arrebatos de genialidad, mientras que Lauda lleva una vida más estable y con el coche es metódico, fiable y previsor. Son el yin y el yang. Es la clásica lucha entre Rómulo y Remo, entre Héctor y Aquiles. No hay nada nuevo bajo el sol, el material perfecto para hacer una película made in Hollywood.

El regusto final no es de disfrute exclusivo para los aficionados a la Fórmula 1. La lucha meteórica de estos dos locos al volante se degusta sin tiempo para recuperar el aliento y sin necesidad de saber qué es una chicane, el pit lane ni demás jerga automovilística. Una película que no disimula  una meta tan prosaica como el entretenimiento, pero a la que no se le puede acusar, ni mucho menos, de la vergonzosa intrascendencia de un blockbuster.


Daniel Brühl es Niki Lauda 
Chris Hemsworth es James Hunt

Olivia Wilde es Suzie Miller 
Alexandra Maria Lara es Marlene Knaus

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