viernes, 28 de enero de 2011

Roma, cuna de héroes

El denominado peplum o cine de romanos merece una mención aparte al margen del cine de aventuras, ya que no nace, únicamente, con un afán de ubicarlo en un marco espacial (el Imperio Romano) y temporal (la Antigüedad), pues tiene un tratamiento muy diferente del concepto de héroe que se da en el cine de aventuras. Podríamos decir que es un subgénero dentro del género.
El sello de héroes como Tyron Power o Errol Flynn era su pasión por la aventura, casi que su razón de ser era la aventura en sí misma que un medio inevitable para lograr sus objetivos. Sin embargo, con titanes del peplum como Charlton Heston o Kirk Douglas, la felicidad es una quimera, lejos de la inconsciencia casi juvenil de los Flynn o Power, aceptan los avatares de la vida y los convierten en su modus vivendi.
En realidad, el cine de romanos surge en los años cincuenta y sesenta en Italia, en los míticos estudios Cinecittá. No obstante, sería de una más que dudosa calidad, por lo que hay que referirse a las grandes producciones estadounidenses para mencionar las obras que lo popularizaron. Films como La túnica sagrada (1953, Henry Koster), Ben-hur (1959, William Wyler)  o Espartaco (1960, Stanley Kubrick), honran a los dioses del olimpo romano con un héroe infatigable, fuerte como el titán Atlas, de honor intachable, siempre dispuesto al más duro de los martirios e incluso sacrificar su vida con tal de salvaguardar un ideal.
Se podría decir que Charlton Heston es el actor que más veces se ha metido en la piel de un personaje histórico: Moisés, El Cid, Miguel Ángel, Marco Antonio, Enrique VIII... Sin embargo, ninguno de ellos le otorgó tanta fama como el de Judah Ben-hur. Otros actores encarnaron al conocido judío de la novela de Lewis Wallace pero, para la humanidad, Ben-hur siempre será el adusto rostro de Charlton Heston.
El otro coloso del peplum sería Kirk Douglas. Su imponente presencia e indudable carisma hacían de él el actor perfecto para encarnar al romántico Espartaco, un personaje con el cual Douglas se sentía muy identificado, el esclavo tracio que planta cara al todopoderoso imperio, sacudiendo los cimientos de la invencible Roma.
Tras décadas en el olvido, el género tuvo su último coletazo con el as que se sacó de la manga Ridley Scott: Gladiator (2000). En ella un semidesconocido Russell Crowe daba vida al general romano Máximo, un soldado íntegro adorado por sus legiones, favorito del emperador Marco Aurelio (impagable Richard Harris) y a la vez envidiado por el hijo de este, un hombre carente de la virtus romana, Cómodo (Joaquin Phoenix) que, una vez césar, mata a toda la familia de Máximo por no apoyar su nombramiento. Así, nuestro héroe se verá obligado a llevar a cabo su particular venganza sin importar el coste, incluso como el dice, "en esta vida o en la otra".
Russell Crowe, el Gladiador.

jueves, 20 de enero de 2011

Bandas Sonoras: Jesucristo Superstar

Carl Anderson, como Judas
Corría el año 1970. Eran tiempos de hippies y de rock. La época dorada del rock. Un año antes, Pete Townsend, cerebro de la mítica banda The Who, popularizó un género musical hasta entonces poco conocido, la ópera rock, gracias al álbum de estudio conocido como Tommy. En este contexto, Andrew Lloyd Webber y Tim Rice llevaron a Broadway un musical concebido como ópera rock en torno a la figura de Jesucristo con el gran vocalista de Deep Purple, Ian Gillan, como protagonista.
Norman Jewison (El rey del juego, Huracán Carter) fue el encargado de trasladarlo a la gran pantalla en 1973. Su estreno fue previsiblemente polémico, pues las conciencias más puritanas del momento ya clamaron contra la obra teatral, al tacharla de falsear los contenidos bíblicos y saltarse a la torera la naturaleza divina de Jesús. A pesar de los detractores, el film fue un rotundo éxito, gracias a las interpretaciones de tan excelentes vocalistas como Ted Neeley (Jesús) y Carl Anderson (Judas) y a la calidad del libreto de Lloyd Webber y Rice, compuesto por 24 canciones que narran los últimos siete días de Jesús hasta su crucifixión desde la perspectiva de Judas, quien se muestra crítico ante el endiosamiento del que es víctima Jesús, rodeado de aduladores, y del alejamiento cada vez mayor de las buenas acciones. 
Su éxito animó al director de teatro, Jaime de Azpilicueta (Evita, Cabaret), a adaptar y estrenar el original el 6 de noviembre de 1975 en el Teatro Alcalá-Palace de Madrid, con Camilo Sesto como Jesús, tan sólo catorce días antes de la muerte de Franco. 
De entre los 24 temas, el que más me gusta es Heaven on their minds, interpretado por Carl Anderson, que acompaña a la primera secuencia de la película tras el Overture, pero sin desmerecer otros tan buenos como Whats the buzz, Simon Zealotes, The Temple y Damned for all time, conformando así una ópera-rock que hará las delicias de cualquier aficionado al rock de los setenta.


Extracto de la película, Heaven on their minds, intepretada por Carl Anderson.


               

jueves, 13 de enero de 2011

Rob Roy, la pasión de un rebelde

Siempre me gustó más el personaje de Rob Roy que el de William Wallace, era mucho más humano y veraz, no necesitaba que dijeran de él que echaba rayos por el culo, ni que mataba hombres a cientos, ni siquiera se daba el pego de saber latín, ou français si vous préférez, ejem... Además, Mel Gibson no es Liam Neeson, claro. Un armario empotrado de 1,93 con su espada claymore e intachable protector de su clan era más que suficiente para respetarlo e incluso admirarlo. 
Cuando Liam Neeson se puso la falda del clan de los McGregor era su época dorada: Un Oskar Schindler por aquí, un Michael Collins por allá, ahora me ficha Woody Allen... estaba en su plenitud interpretativa. A los que nos encanta, nos tenemos que conformar ahora con papeles de medio pelo en Los próximos tres días (2010), El Reino de los cielos (2005), ponerle voz a un león en Las Crónicas de Narnia (2005)... migajas.

Robert Roy McGregor no acaudilló grandes ejércitos, tan sólo era el jefe de un clan. Debía dinero al  imperturbable Duque de Montrose (John Hurt). Como no podía afrontar la deuda le echó encima a Tim Roth, un sádico y lascivo caballero de nombre Archibald Cunnigham que convierte a Rob Roy en un fuera de la ley, ensañándose con su familia como castigo. De esta manera, nos queda una estupenda película de aventuras con un héroe nada excepcional, con un honor ultrajado y una venganza que cumplir, un malo malísimo, un amor (sería un pecado olvidarme de Jessica Lange, más bella que nunca y tan buena actriz como siempre) al que proteger y un duelo final entre Neeson y Roth de traca, una violenta lucha en la que se conjugan la brutalidad de un pastor escocés y los ágiles movimientos de un consumado espadachín de salón. Como se puede comprobar, un clásico ajustado a los cánones del género. No podía  (ni debía) ser de otra manera, al tratarse de la adaptación de la novela de Walter Scott, que por cierto, no he leído.

Aun así, Rob Roy no es una película típica, pues posee aspectos que la diferencian y, a día de hoy, creo que la harían inviable, y es que no es una película dirigida a todos los públicos. Michael Caton Jones no buscó hacer un producto masivo, tampoco elitista, no deja de ser una película de aventuras, sino que sacrificó llegar a un público mayoritario en beneficio de cierta calidad. Y es que si hoy día se estrenara una película similar, lo mismo no estaría protagonizada por un cuarentón semidesconocido, quizás veríamos a Orlando Bloom o a Robert Pattinson. Tampoco sería Jessica Lange la protagonista, claro, sino Megan Fox o Jessica Alba. Y lo más importante, creo, la película no se anda por las ramas, y tiene ciertas dosis de violencia que los productores no dejarían pasar más allá de la sala de montaje siendo una película dirigida a todos los públicos.
Por todo esto, sus actores, aroma clásico al cine de aventuras y cierto toque distintivo, creo que hacen de Rob Roy una película interesante, digna de ver y comparar con el cine de aventuras actual, más centrado en lo épico y espectacular, que estaría fenomenal si no pusieran tanto empeño en ofrecer productos vacíos de contenidos.

Liam Neeson es Rob Roy
Jessica Lange es Mary
Tim Roth es Archibald Cunnigham
John Hurt es el Duque de Montrose

domingo, 9 de enero de 2011

Sir Alec Guinness

La carrera artística de Alec Guinness, caballero de Inglaterra desde 1959, estuvo marcada por una gran versatilidad a la hora de transformarse en cualquier personaje, hecho que le procuró fama de actor camaleónico y, al presentarse en escena con las más variopintas apariencias, a veces era complicado identificarle. De esta manera, le vimos desfilar como rey francés, mayordomo, anciana, caballero jedi, coronel británico e incluso metido en el papel de Adolf Hitler.

La primera muestra de sus "mil rostros", fue en la adaptación de la novela de Dickens Oliver Twist (1948), segundo trabajo de una prolífica colaboración con el maestro David Lean que se traduciría en un total de seis películas, en la que interpreta, con exagerada nariz incluida, al pérfido Fagin,  el indeseable anciano que hace la vida imposible al pobre Oliver.
Un año más tarde, Guinness mostraría su espectacular repertorio de registros en Ocho sentencias de muerte, una historia de herencias e intrigas familiares bien aderezada con toques de humor en la que Sir Alec interpreta no uno,  ni dos, ni tres, sino ¡Ocho personajes!, una bestia parda vamos.

En la línea de sus trabajos con Lean, surgieron clásicos imperecederos como El puente sobre el río Kwai (1957)Lawrence de Arabia (1962) o Doctor Zhivago (1965). Su papel más importante, ante todo por ser protagonista, fue el del Coronel Nicholson en la primera de las tres, un oficial británico prisionero de los japoneses en mitad de la jungla birmana, al que se le encomienda la construcción de un puente para el ferrocarril japonés, llevando el orgullo patriótico hasta la locura dando como resultado uno de los mejores desenlaces de la historia del cine.
En Un cadáver a los postres (1976), demostró que la comedia también era uno de sus fuertes, haciendo gala de un hilarante y absurdo sentido del humor en el papel de un mayordomo invidente de nombre James Señor Benson Señora.

Aunque todavía le quedara un último trabajo junto a David Lean en Pasaje a la India (1984) y alguna que otra película de escasa trascendencia, lo más relevante sería su participación en la famosa trilogía de La Guerra de las Galaxias, en la que interpretó al anciano Obi Wan Kenobi, maestro del jóven padawan Luke Skywalker. Cada vez que tuvo oportunidad echó pestes de la trilogía y de su papel, sin embargo, sus emolumentos no se limitaron a un mero salario,  si no que se aseguró de que el 1% de los beneficios de la trilogía fueran a parar a su bolsillo, por lo que los herederos todavía deben de estar tocando las palmas y viviendo a cuerpo de rey. No era tonto Sir Alec, además de ser uno de los mejores actores de entre los hijos de la Gran Bretaña.

domingo, 2 de enero de 2011

Incidente en Ox-Bow

Hace unos días vi Incidente en Ox-Bow (1943), dirigida por William A. Wellman,  una película de esas que te dejan pensativo y con mal cuerpo, sabiendo que acabas de ver un peliculón pero que aquello que cuenta no puede ser más duro y cierto. En un pueblo perdido del Oeste americano, llega la noticia de que un ranchero vecino del mismo ha sido asesinado por unos salteadores. El sheriff no se encuentra en el pueblo para impartir justicia, por lo que se forma una patrulla integrada por varios vecinos para buscar a los asesinos. Una vez les dan alcance, la patrulla mantiene una fuerte división de opiniones, pues los tres apresados (Dana Andrews, Anthony Quinn y Francis Ford, hermano del director John Ford) muestran claros síntomas de inocencia. La película de Wellman realiza una profunda reflexión sobre las masas, cuando inconscientemente se toman la justicia por su mano y los peligros que conlleva, es decir, la facilidad con la que nos podemos dejar llevar cualquiera por un mero indicio o un análisis sesgado, sin haber pensado antes en el daño que podemos provocar, es más, escudándonos en el grupo y sin importarnos lo más mínimo estar en lo cierto o no, ya que me ampara que la decisión es conjunta, no personal, y nos creemos a salvo de responsabilidades.

En cierto modo, me recordó a otra película que vi hace mucho tiempo, la maravillosa Furia (1936), de Fritz Lang, en la que, esta vez, era Spencer Tracy el centro de las iras del populacho. También se pueden ver ciertas similitudes en esta historia con Doce hombres sin piedad (1957), incluso el bueno de Fonda comparte su posición en ambas películas, basándose en la presunción de inocencia de los acusados hasta que no se demuestre lo contrario.
Sin embargo, lo que más caracteriza a Incidente en Ox-Bow es su facilidad para hacerte sentir, al igual que el personaje de Henry Fonda, un espectador impotente ante un juicio sin ley ni justicia, en el que impera la ligereza en la toma de decisiones y el rigor en aplicarlas, por lo que, en ese sentido, podríamos estar ante un evidente alegato de la ley y el orden, claramente ajeno a la anarquía y a tomarse la justicia por su mano. 
Y ya por último, decir que es una lección de como contar una historia en tan sólo ¡Una hora y cuarto!, que más de un director debería repasar y no hacer peñazos de casi tres horas, que no digo que no las haya buenas, pero si vas a hacer una castaña...lo mejor es ser breve.

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